TIEMPO RE@L

domingo, 23 de octubre de 2022

VIGILANTE EN TODO MOMENTO: La censura informática china explicada desde dentro

Cuando era un adolescente, Zeng Jiajun aprovechó su conocimiento de internet para ver un documental prohibido en China, acerca de la sangrienta represión en la plaza de Tiananmen en 1989. A la década siguiente, formaba parte de la máquina de censura que sofoca el ciberespacio chino, con la tarea de impedir la distribución de cualquier cosa que el Partido Comunista no quisiera que fuese de conocimiento público. “Al comienzo no le daba muchas vueltas, porque un trabajo es un trabajo”, cuenta. “Pero en el fondo sabía que eso no iba con mis estándares éticos. Y cuando trabajas en esto por mucho tiempo el conflicto se vuelve más fuerte” aseveró. Zeng, que ahora vive en el corazón de Silicon Valley, en California, es un joven de 29 años que lleva el peso de su experiencia con ligereza. Poca gente que ha trabajado dentro del aparato de propaganda chino ha contado su historia. Menos aún están listos para hacerlo de forma tan abierta. Zeng llegó a la mayoría de edad con internet. Nació en 1993 en la provincia de Guangdong, en el sureste de China. Tuvo su primera experiencia informática durante la educación secundaria, cuando su padre llevó un ordenador a casa. Lo que encontró cuando se conectó a la red le impactó. “Había todo un mundo para descubrir”, confesó. Los primeros intentos del Gobierno chino de censurar internet no fueron perfectos debido a que los servicios de VPN, que cambian la localización geográfica del usuario, permitían acceder a temas e información que no se abordaba públicamente. Entre ellos, el documental de tres horas titulado The Gate of Heavenly Peace (La Puerta de la Paz Celestial), que trata sobre las protestas estudiantiles de junio de 1989 en la plaza de Tiananmen, uno de los lugares más simbólicos de Pekín. Zeng quedó impresionado con lo que vio: tanques y armas semiautomáticas volcadas contra estudiantes desarmados en una violenta represión que dejó centenares, quizás miles, de muertos. “Es un evento gigante, significativo, e histórico, pero nadie nos habló sobre esto, y no puedes buscarlo en el internet chino. Ese material fue borrado. Sentí que era una gran mentira. Una gran historia había sido maquillada”, agregó. Como otros compañeros de generación, Zeng pasó sus años universitarios en el exterior y regresó a su país con un título en administración de empresas, obtenido en Estonia. Su dominio tecnológico llamó la atención de ByteDance, un emprendimiento chino cuyas aplicaciones, la global TikTok y la doméstica Douyin, estaban compitiendo con Twitter y Facebook. “Al comienzo estaba muy emocionado porque ByteDance es la única compañía que ha triunfado fuera de China”, dijo. Y era un buen trabajo que, además de ser intelectualmente estimulante, le rendía un salario de 4.000 dólares, por encima del promedio de Pekín. Zeng integraba un equipo que desarrollaba sistemas automáticos para filtrar contenido de su plataforma incorporando inteligencia artificial, observando imágenes y examinando los sonidos que las acompañaban, transcribiendo comentarios y buscando lenguaje no permitido. Si el sistema identificaba un problema, lo pasaba a uno de los miles de empleados que borraban el vídeo o bloqueaban la transmisión. En su mayoría, buscaban contenido que cualquier red social censuraría, como pornografía, publicidad no autorizada o violencia. Pero también buscaban material “políticamente sensible” para el régimen. Algunas imágenes estaban totalmente prohibidas, como tanques, velas o paraguas amarillos - símbolos de las protestas en Hong Kong -, así como críticas al “emperador” Xi Jinping u otros líderes del Partido Comunista. La Administración para el Ciberespacio de China daba orientaciones a ByteDance, que no escatimó esfuerzos. “En China, la línea es borrosa. No sabes qué es lo que ofenderá exactamente al Gobierno, así que a veces vas más allá y censuras más duramente”, dijo Zeng, describiendo la posición de la compañía como la de “quien camina en una cuerda floja”. A comienzos del 2020, esa lista incluyó al doctor Li Wenliang, un oftalmólogo en Wuhan que estaba tratando de advertir sobre un nuevo virus mortal, salido de un laboratorio chino “por accidente”. Las autoridades silenciaron a Li, ansiosas de suprimir los primeros avisos sobre lo que ahora conocemos como COVID-19. “Cuando el doctor Li Wenliang divulgó las noticias, la información fue censurada, y los propagandistas (en la televisión estatal) dijeron que estaba difundiendo desinformación”, dijo Zeng. Pero cuando el propio doctor contrajo el virus, los internautas chinos se indignaron. “Actualizaban Twitter o Weibo (la versión china de Twitter) para revisar las noticias”, en busca de una verdad entre rumores y negativas oficiales. “Muchos tuits o weibos fueron borrados” afirmó. “Publiqué algo como: 'Queremos libertad de información. No más censura', y mi cuenta de Weibo también fue censurada. En ese momento, sentí que yo era parte de ese ecosistema”. La muerte de Li, a priori, uno entre más de 6,5 millones de personas en el mundo, fue la gota que colmó el vaso. “La noche que el doctor Li Wenliang murió, sentí que no podía seguir haciendo esto”, dijo Zeng, quien renunció a su trabajo y regresó a su ciudad natal, donde se enfocó en sus habilidades de codificación y se postuló para estudiar en la Universidad Northeastern, en Silicon Valley. Mientras que Xi Jinping acaba de obtener un tercer mandato al frente de un opresivo régimen que muestra su rostro más nacionalista, Zeng afirma que se siente cada vez más desesperanzado. “Asumí que no podré volver a China en por lo menos 10 años. En el corto plazo, todos son pesimistas. Pero creo que hay optimismo a largo plazo sobre el futuro de China. Si miras nuestra historia, siempre hay valientes idealistas que impulsarán el cambio cuando llegue la hora”, aseguró inocentemente, ya que a diferencia de lo que cree, la realidad es que China se ha convertido en el “Gran Hermano” imaginado en 1949 por George Orwell en su novela 1984 y de la cual será muy difícil salir :(

GOOGLE PIXEL 7 PRO: El legado continúa

Como sabéis, a la hora de hablar de teléfonos Android con buenas cámaras de fotos, un nombre suele sobresalir sobre los demás: los Pixel. La marca de teléfonos de Google que acaba de poner a la venta su nuevo terminal: el Google Pixel 7 Pro. Un teléfono de gama alta muy a tener en cuenta para aquellos amantes de la fotografía y el vídeo. En esencia, el esperado dispositivo sigue el legado del Pixel 6 Pro, modelo seductor en el que se notaba el plus materializado. Un marco de continuidad, con las lógicas mejoras entre generaciones, en el que los principales cambios introducidos se encuentran en el diseño, el procesador, el factor Android 13 y los avances fotográficos. El cuidado se nota en el acabado, los colores elegidos (Obsidiana, Verde liquen y Nieve) y los marcos, que no dejan de sorprender. Si bien en los primeros usos se siente pesado (212 gramos) luego prepondera la comodidad. El Google Pixel 7 Pro integra el procesador Tensor G2, heredero del Tensor con el que Google debutó en este terreno tecnológico, definido por lo sugerente aunque por ejemplo provocaba que el Pixel 6a se calentara en algunas ocasiones, con el consiguiente desconcierto. El Tensor G2 depara un rendimiento muy satisfactorio por su rendimiento fluido y, sin encabezar la lista de los más potentes, señala que Google también está ahí. La primera vez que se prueba un Pixel el dispositivo sorprende por la calidad de sus fotos, de ahí que se esperen esos resultados en las siguientes generaciones. El Google Pixel 7 Pro cumple con esa exigencia y entregarse a la fotografía y los vídeos es una delicia por las imágenes tomadas (a sus resultados contribuye el Tensor G2), las posibilidades y el propio proceso de inmersión en la aplicación. Unas sensaciones que pueden aparecer tanto en el usuario medio como en el que tiene inclinaciones Pro. En cuanto a sus especificaciones técnicas, las cámaras no cambian a priori demasiado. El sistema de triple cámara se compone de una principal de 50 MP, una ultra gran angular de 12 MP (ahora con campo de visión de 125,8 grados) y un teleobjetivo de 48 MP que potencia el zoom, uno de los grandes alicientes de la composición, en especial el óptico de 5x, todo un caramelo. Dispone de 10x y de alta resolución de 30x. Como subrayan los selfies, la cámara frontal de 10,8 MP va en esa línea sugestiva. A su ya popular función Borrador Mágico se suman el Enfoque Macro (de las que gustan e invitan a hacer pruebas y curiosear) o los vídeos con desenfoque cinematográfico. Están además el modo movimiento (larga exposición, toma de acción) y la grabación en 4K (30 y 60 FPS). Las similitudes con su antecesor se manifiestan asimismo en la pantalla, no por ello menos notable, una OLED de 6,7 pulgadas con resolución QHD+ (el FHD+ viene de modo predeterminado), fluidez de 120 Hz, hasta 1.500 nits de brillo, soporte para HDR, profundidad de 24 bits para 16 millones de colores, función pantalla siempre activa y protección Corning Gorilla Glass Victus. El panel conquista nada más encender el móvil y empezar a configurarlo. Los altavoces estéreo constituyen un buen complemento. Las especificaciones también se repiten en lo relativo a la batería y la carga rápida. Su capacidad de 5.000 mAh, dentro del canon sugerente, depara una buena autonomía de más de 24 horas. La carga rápida vuelve a ser de 30W y la inalámbrica, de 23W. En una media hora recupera la mitad de la energía. Eso sí, con un precio de salida de 899 euros, se trata de un móvil para los que hay que rascarse el bolsillo :)
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