Jules Verne, autor de un sinfín de relatos sobre hazañas y descubrimientos en los lugares más recónditos, es para muchos uno de los escritores más geniales del siglo XIX. Sus historias sobre osados aventureros que no dudan en explorar las entrañas de la Tierra constituyeron una fuente permanente de emoción e interés popular. Pero el ingenio de Verne fue más allá de su fértil imaginación. El escritor planteó interrogantes nada fantasiosos para los científicos: ¿cómo debe de ser el interior del planeta?, ¿puede alcanzarse su punto más profundo? Sus fantasías y los conocimientos del geólogo Charles Joseph Sainte-Claire Deville (inmerso en el estudio de los conductos y las estructuras de los volcanes) se unieron con éxito en A Journey to the center on the Earth (Viaje al centro de la Tierra - 1864). La novela cuenta cómo el profesor Lidenbrock, acompañado por su sobrino y un guía islandés - cazador de eiders -, alcanzan el centro del planeta tras descender por el cráter del volcán Sneffels, en Islandia, y emergen de nuevo a través del Stromboli, en Sicilia. Verne imaginó que en el interior terrestre había un mar habitado por criaturas prehistóricas. Así, los expedicionarios presencian asombrados el combate entre dos reptiles marinos extintos (un ictiosaurio y un plesiosaurio) en medio de agitadas aguas. El relato se concibió en una época en que los geólogos empezaban a sentar las bases metodológicas de su incipiente ciencia. Pero a diferencia de los exploradores vernianos, hoy los geofísicos disponen de técnicas capaces de aportar valiosa información sobre la constitución del interior terrestre sin haberse aventurado personalmente en sus profundidades. Incluso es posible recrear las condiciones del centro de la Tierra en un laboratorio (aunque claro, son solo teorías que no siempre son certeras).No obstante, la pregunta sigue en el aire: ¿podremos algún día alcanzar el centro de la Tierra? El objetivo plantea retos imposibles de lograr hoy. El interior del globo es un medio mucho más hostil que el espacio exterior o las profundidades marinas. En él, las presiones son tan intensas y las temperaturas tan elevadas que cualquier vehículo que se viera sometido a ellas acabaría aplastado o fundido.En Viaje al centro de la Tierra, Jules Verne no proveyó a sus exploradores de un transporte. Estos simplemente descienden a pie, cruzando simas y galerías. Pero la realidad geológica es muy distinta, no existen cavernas que conecten su interior. Para llegar hasta allí necesitaríamos una tecnología e ingeniería pesada extremadamente complejas. No obstante, cada vez conocemos mejor los entresijos de nuestro mundo, e ingeniosos proyectos esperan batir récords de profundidad.Al igual que una ecografía muestra el desarrollo de un feto en el vientre materno, la sismología revela información de cómo está constituido el interior terrestre. Pero, mientras que el ecógrafo genera un sistema de ondas y registra su desplazamiento a través del cuerpo humano en diferentes velocidades, el sismógrafo depende de la aparición de ondas sísmicas (cerca de un millón al año) para captar qué sucede en las entrañas de nuestro planeta.La velocidad a la que este tipo de ondas se desplaza por el manto terrestre (ubicado justo por debajo de la superficie) permite averiguar la estructura de la Tierra. Desde principios del siglo XX se sabe que las ondas sísmicas atraviesan las rocas frías a mayor velocidad que las calientes. Su llegada a la superficie se registra en la actualidad mediante un sistema de monitores repartidos por todo el mundo, y los datos obtenidos por estos son transformados luego en imágenes similares a representaciones gráficas de sonidos.El interior de la Tierra no se está quieto. Las rocas calientes ascienden a la superficie en grandes masas (las denominadas plumas) y las frías se hunden en el manto en enormes grietas (o zonas de subducción). Se trata de movimientos que se vienen produciendo de forma constante desde que la Tierra tiene una corteza estable.En los años noventa del siglo pasado, el científico Paul Tackley, por entonces profesor en la Universidad de California de Los Ángeles, se propuso dilucidar estos fenómenos en imágenes tridimensionales. Él y su equipo simularon el movimiento del manto a lo largo de... ¡dos mil millones de años! ¿Cómo “se comportan” las rocas del interior terrestre ante las extremas condiciones que reinan en el manto o incluso el núcleo, el corazón de planeta? Para averiguarlo, los petrólogos experimentan en los laboratorios con diamantes, los materiales de mayor dureza y conductividad térmica. Las muestras se colocan en un dispositivo capaz de simular las enormes presiones y temperaturas existentes en el interior del globo. Pueden obtenerse presiones del orden de los cuatro millones de atmósferas y calentamientos por medio de rayos láser de miles de grados centígrados. Por cierto, la carrera científica entre EE. UU. y Rusia durante la guerra fría no se libró solo en el espacio. Bajo nuestros pies ambos países se marcaron otra meta: perforar la Tierra hasta la frontera entre la corteza y el manto, una zona conocida como discontinuidad de Mohorovicic, o Moho (su abreviatura).Los norteamericanos dieron el primer paso. En 1957, el oceanógrafo Walter Munk propuso perforar la corteza oceánica en una zona cercana a la costa de México. El proyecto, denominado Mohole (juego de palabras entre Moho y hole, agujero), expiró luego de nueve años, víctima de la improvisación presupuestaria y de las desavenencias políticas. Tan solo se pudo penetrar 183 m en la corteza oceánica, una distancia nada desdeñable para la época, pero muy por debajo de las expectativas (hasta 4.500 m). En tanto, los rusos contraatacaron en 1970 desde tierra firme. Durante dos décadas, el pozo que abrieron con fines científicos en la península de Kola, en el norte del país, fue el más hondo del mundo. Consistía en una perforación central de la que partían varias ramificaciones. La más extensa de ellas, la SG-3, alcanzó los 12.262 m de profundidad en 1989, no sin esfuerzo.Los operarios tuvieron que hacer frente a un derrumbe, retroceder en el camino horadado varios kilómetros e iniciar un nuevo ramal de perforación. Las elevadas temperaturas (180 °C a 10.000 m bajo tierra) les impidieron penetrar aún más en el planeta. Sus trabajos se detuvieron en 1992, aunque el proyecto se mantuvo hasta el 2005, cuando se finiquitó por falta de financiación. Cabe precisar que el interés por conseguir muestras directas del manto superior ha disminuido entre los petrólogos y los geoquímicos, ya que estos pueden conocer la naturaleza química de esta zona terrestre mediante pruebas indirectas y estudios de laboratorio. Pese a ello, ha habido varios proyectos de sondeos marinos, alguno todavía en marcha.El primero de ellos, el Deep Sea Drilling Project (DSDP, o Proyecto de Sondeo del Mar Profundo), estuvo activo de 1966 a 1983, primero bajo bandera únicamente estadounidense y luego con contribuciones internacionales. El DSDP tuvo su centro de operaciones en el Glomar Challenger, el primer barco diseñado para perforar el lecho marino. Las operaciones confirmaron el movimiento de los continentes y la relativa juventud (en términos geológicos) de los suelos oceánicos, con no más de 200 millones de años de antigüedad. Además, proporcionaron valiosos datos acerca de la circulación de las aguas en el pasado y de la composición de su fondo, una información muy útil para las petroleras a la hora de emplazar potenciales reservorios. Registraron también un récord de profundidad de un sondeo marino, los 1.741 m. Su sucesor, el Ocean Drilling Program (ODP, Programa de Sondeo Oceánico), fue desde su inicio, en 1985, hasta su fin, en el 2003, un proyecto de colaboración científica entre varios países. Desde el JOIDES Resolution, un buque más grande y avanzado que el Glomar Challenger, se realizaron 120 expediciones y 2.000 hoyos. El proyecto se saldó con una nueva marca de profundidad, los 2.111 m. El tercer programa de la lista, el Integrated Ocean Drilling Program (IODP, Programa de Sondeo Oceánico Integrado), activo entre el 2003 y el 2013, recogió el espíritu colaborativo de sus antecesores (contó con la participación de 26 países), pero se distinguió de los arriba descritos en que llevó a cabo sus operaciones desde múltiples plataformas. En el 2013 inició una nueva fase bajo el nombre de International Ocean Discovery Program, aún en activo.Las compañías petrolíferas han sabido aprovechar los avances en tecnología de perforación de todos estos programas para descubrir bolsas de crudo. De hecho, la iniciativa económica está detrás de las mayores cotas de profundidad alcanzadas. Así, en el 2008, la empresa danesa Maersk Oil logró penetrar 12.290 m de corteza continental en su campo petrolífero de Al Shaheen, en Qatar, y en el 2017 ExxonMobil llegó a los 15.000 metros en un pozo petrolero en alta mar cerca de la isla rusa de Sajalín.No obstante, los científicos esperan superar esta marca. Aunque hoy por hoy son conscientes de que es imposible llegar al núcleo terrestre, se siguen ideando métodos para llegar a lo más profundo posible. En la década pasada, el fisicoquímico moldavo-británico Michael Ojovan se puso al frente de un equipo de la Universidad de Sheffield, en Gran Bretaña, y otro del Instituto de Materiales Inorgánicos de Bochvar, en Rusia, que buscaban superar los 100 km mediante el uso de una pequeña probeta con un radio inferior a un metro.Su trabajo contemplaba el descenso de una especie de cápsula que fundiese las rocas. El hecho de estar fabricada parcialmente en tungsteno, un material altamente resistente, la salvaría de desaparecer derretida hasta alcanzar los 3.410 °C. La odisea recuerda a las nacidas de la pluma de Verne. Si bien alcanzar el núcleo del planeta no es factible debido a la complejidad de la empresa, se desconoce si un hoyo tan profundo alteraría la estructura terrestre.