Con frecuencia, la técnica determina la Historia. Sin los carteles, la Revolución de 1789 no hubiese enardecido a los franceses. En 1848, las gacetas extendieron por Europa la Primavera de los pueblos. En París, en mayo de 1968, la radio incitó a manifestarse. Las cintas de audio, en 1979, llevaron a Jhomeini al poder. En Filipinas, la caída de Marcos en Manila se atribuyó a los SMS y a los flashmobs o acciones organizadas. Internet hizo estremecerse al Partido Comunista. ¿Es 2011 el año de la Revolución Facebook? La coincidencia de los levantamientos, llevados a cabo por jóvenes y adolescentes, desde Túnez hasta El Cairo, pasando por los indignados de Madrid, los sublevados de Santiago de Chile, los disgustados de Tel Aviv y, en parte, los incendiarios de Londres, no es solo fortuita. Estas rebeliones reúnen a multitudes considerables que han recurrido a Facebook o a algún medio parecido para manifestarse antes de que la policía haya tenido tiempo de reaccionar. Facebook no solo ofrece una técnica de movilización; el sitio crea un destino común y una unidad en la reivindicación. Una reivindicación que no se enmarca en las categorías ideológicas tradicionales: no se es de izquierdas ni de derechas, sino que está en contra. Contra el sistema, como proclaman los indignados de Madrid; contra la carestía de la vida en Tel Aviv; contra la globalización en Santiago de Chile y en Atenas; pero a favor de la dignidad en Túnez y en El Cairo. ¿Deberíamos clasificar los disturbios de Londres en esta categoría? Los «hooligans» han recurrido a Facebook, pero su violencia está más bien relacionada con el fenómeno de las bandas propio de las grandes metrópolis y de la integración difícil de los jóvenes inmigrantes. En todos estos casos, la juventud surge en la escena pública porque considera que le ha llegado el turno, que tiene que escribir, si no la Historia, sí al menos una historia: cada generación experimenta ese deseo de estar juntos. Facebook facilita el deseo y quizás lo acrecienta. A fuerza de compartir «amigos» en un «muro» virtual, el internauta llega de forma natural a soñar con un reagrupamiento físico en el mundo real. Pero no deberíamos reducir a una mera técnica de comunicación las rebeliones que se están produciendo, que no sabemos si se convertirán en revoluciones. Las circunstancias también son propicias: la generación Facebook comparte la sensación de que no sucede gran cosa en la sociedad, que la Historia es silenciosa. Esta juventud se aburre y trata de acabar con el aburrimiento. Otro elemento propicio para la revuelta es que la economía occidental no ofrece perspectivas excitantes a los jóvenes, abocados, la mayoría de las veces, al desempleo, a los empleos precarios y a una movilidad social reducida. Vivir menos bien que sus padres es el único panorama que se promete a la generación Facebook. Estas son suficientes razones para rebelarse, aunque las revoluciones conduzcan a menudo a unas sociedades más represivas que las que se han destruido. No es óbice para que las «grandes personas», que no están en Facebook, reflexionen sobre la mediocridad de su gestión de los asuntos públicos :(
TIEMPO RE@L
domingo, 14 de agosto de 2011
LO QUE HAY QUE VER: La Generación Facebook
Con frecuencia, la técnica determina la Historia. Sin los carteles, la Revolución de 1789 no hubiese enardecido a los franceses. En 1848, las gacetas extendieron por Europa la Primavera de los pueblos. En París, en mayo de 1968, la radio incitó a manifestarse. Las cintas de audio, en 1979, llevaron a Jhomeini al poder. En Filipinas, la caída de Marcos en Manila se atribuyó a los SMS y a los flashmobs o acciones organizadas. Internet hizo estremecerse al Partido Comunista. ¿Es 2011 el año de la Revolución Facebook? La coincidencia de los levantamientos, llevados a cabo por jóvenes y adolescentes, desde Túnez hasta El Cairo, pasando por los indignados de Madrid, los sublevados de Santiago de Chile, los disgustados de Tel Aviv y, en parte, los incendiarios de Londres, no es solo fortuita. Estas rebeliones reúnen a multitudes considerables que han recurrido a Facebook o a algún medio parecido para manifestarse antes de que la policía haya tenido tiempo de reaccionar. Facebook no solo ofrece una técnica de movilización; el sitio crea un destino común y una unidad en la reivindicación. Una reivindicación que no se enmarca en las categorías ideológicas tradicionales: no se es de izquierdas ni de derechas, sino que está en contra. Contra el sistema, como proclaman los indignados de Madrid; contra la carestía de la vida en Tel Aviv; contra la globalización en Santiago de Chile y en Atenas; pero a favor de la dignidad en Túnez y en El Cairo. ¿Deberíamos clasificar los disturbios de Londres en esta categoría? Los «hooligans» han recurrido a Facebook, pero su violencia está más bien relacionada con el fenómeno de las bandas propio de las grandes metrópolis y de la integración difícil de los jóvenes inmigrantes. En todos estos casos, la juventud surge en la escena pública porque considera que le ha llegado el turno, que tiene que escribir, si no la Historia, sí al menos una historia: cada generación experimenta ese deseo de estar juntos. Facebook facilita el deseo y quizás lo acrecienta. A fuerza de compartir «amigos» en un «muro» virtual, el internauta llega de forma natural a soñar con un reagrupamiento físico en el mundo real. Pero no deberíamos reducir a una mera técnica de comunicación las rebeliones que se están produciendo, que no sabemos si se convertirán en revoluciones. Las circunstancias también son propicias: la generación Facebook comparte la sensación de que no sucede gran cosa en la sociedad, que la Historia es silenciosa. Esta juventud se aburre y trata de acabar con el aburrimiento. Otro elemento propicio para la revuelta es que la economía occidental no ofrece perspectivas excitantes a los jóvenes, abocados, la mayoría de las veces, al desempleo, a los empleos precarios y a una movilidad social reducida. Vivir menos bien que sus padres es el único panorama que se promete a la generación Facebook. Estas son suficientes razones para rebelarse, aunque las revoluciones conduzcan a menudo a unas sociedades más represivas que las que se han destruido. No es óbice para que las «grandes personas», que no están en Facebook, reflexionen sobre la mediocridad de su gestión de los asuntos públicos :(